Un soñado estreno pasado por agua (Crónicas 2012)
Las diez de la mañana, de un salto me levanto de la cama e incluso antes de abrir los ojos, subo la persiana y miro al cielo: Nublado. Lo sabía desde hacía tiempo, porque incluso dos semanas antes de ese Domingo de Ramos en el que cumpliría mi décimo quinta salida de nazareno, y mi cuarta vez sin zapatos en esta Hermandad, ya miraba el tiempo por Internet, y sabia que había por lo menos un 95% de probabilidad de que lloviera. Y así fue. Durante esa mañana, cada cinco minutos miraba el tiempo en diversas páginas meteorológicas, y a la vez no dejaba de asomarme por el balcón y mirar hacia arriba.
Ya tengo toda la ropa preparada y planchada: túnica, antifaz, capa, cíngulo, botonadura, calcetines, estampitas, guantes, papeleta… No dejo de revisar si me falta algo. Son las dos de la tarde y termino de comer en cinco minutos, junto con mi hermana que también se vestía por primera vez este año, mi madre y mi novia.
Directamente me vuelvo a asomar al balcón y mis ojos casi lloran de alegría al ver un sol resplandeciente, y doy gracias al cielo por darme esa poca esperanza que a los cinco minutos se desvanece al cubrir el sol una nube grande y oscura…
Me comienzo a vestir sobre las tres porque a las cuatro menos cuarto tenía que estar como muy temprano en la iglesia. Me visto tranquilamente y con la moral por los suelos al saber el malestar del cielo. Me decían que era muy negativo, pero era más bien realista.
Comenzó el ritual para vestirme, debajo de la túnica me puse una camiseta que llevó mi padre cuando era costalero y en la que aparecen la cara del Santísimo Cristo de la Bondad y de Nuestra Señora de la Oliva. También me coloqué una cadena de oro que él también llevaba con una cruz y la cara de un Cristo, y la diminuta medallita de la milagrosa. En mi capirote, como ya había hecho en años anteriores, pegué una foto de mis titulares y otra de mi querido padre.
Llevo todo el tiempo la papeleta de sitio en la mano, no vaya a ser que se me olvide… Yo quiero irme andando hacia la Parroquia, pero las gotas que empezaban a caer cuando salí de casa no lo permitían, y en el escaso trayecto hacia el coche el agua empapó mis pies, la lluvia arreciaba. La puerta de entrada a San Agustín estaba abarrotada de coches. Las caras de los nazarenos muestran preocupación y todos entran a la carrera en la parroquia.
Entro con mi hermana, un poco perdida, y le voy dando algunas indicaciones, le enseñamos la papeleta al hermano que está en la puerta y a la derecha miramos nuestra colocación en nuestros respectivos tramos. Ella al primero del palio y yo al cuarto y último, también de Virgen. A partir de ahí veo cómo llegan muy poco a poco los demás nazarenos. Los gestos son contrariados, algunos entran serios, sin embargo otros van más felices. Yo soy de los primeros, mi cara seria, triste y de preocupación a la vez. Miraba a los ojos de algunas compañeras y veía, al igual que las mías, sus lágrimas saltadas.
Desde el banco en el que estaba sentado podía ver la actitud de mi diputado de tramo, que sin poder hacer gran cosa, miraba a los miembros de junta de gobierno para intentar descifrar algo en su comportamiento que nos aclarara si saldríamos o no.
Durante la espera me levantaba cada dos por tres y me asomaba a la puerta para continuar mirando el cielo, mientras intentaba enterarme de algo, y también nos hicieron sentarnos varias veces. Cada vez que algún miembro de la junta aparecía por el altar se guardaba un pleno silencio.
Son las cuatro y media, hora de salir, miro a mi diputado y me extraña que ni abriera la caja de cirios ni nos colocara ordenadamente como cada año. Esperar, esperar y esperar… no queda otra.
La lluvia arrecia y en ese momento, Germán Terrón, hermano mayor de la Hermandad, se acercó al micrófono del altar mayor para comunicarnos que por entonces no se realizará la estación de penitencia, pero que la Hermandad iba a esperar un poco más de tiempo.
A las seis, más o menos, es cuando finalmente la Hermandad de la Borriquita decide no realizar su estación de penitencia. Ciertamente a mí no me pillaba de sorpresa esa respuesta, y conseguí aguantar las lágrimas; todo estaba asumido.
En ese momento nos mandaron que nos colocásemos en la otra zona del templo porque iban a mover los pasos hacia el lugar habitual, aunque antes había que reordenar los bancos de la Parroquia. En este momento se realizaría la única levantá de Nuestra Señora de la Oliva en la Semana Santa de 2012, y el costalero de abajo al que el capataz llamó gritó: “¡Llama cuando quieras!” Se alzó al cielo nuestra reina de San Agustín y los vellos se pusieron de punta. Entonces, comenzó levemente a moverse por el templo, y ahí ya comencé a llorar, mientas sentía impotencia y mucho coraje por el tiempo y me daba mucha pena ver que este año se quedaba en casa… un año en el que Ella iba más guapa que nunca. Mientras los costaleros la colocaban, los aplausos inundaron el templo, nada más bajar al palio, no me dio tiempo de darme cuenta de que al Señor ya lo estaban levantando. Aún estaba boquiabierto contemplando la dulzura y maravilloso resplandor que tenia esa tarde la Virgen de la Oliva bajo su nuevo palio.
Colocaron al Santísimo Cristo de la Bondad en su habitual sitio y ya sólo queda esperar… deseando que vuelva a llegar el Domingo de Ramos 2013… Hasta el año que viene si Dios quiere… Oliva.
Ezequiel Blanco Pizarro
Nazareno de Nuestra Señora de la Oliva