Jesús, la llama que apagó el frío de la madrugá
La noche se anunciaba fría, muy fría, pero pronto comenzó a calentarse. Los judíos, esos hombres buenos que se visten de malos cada Jueves Santo, fueron los encargados de prender la mecha en la Plaza del Derribo. Fue el capitán, aquel que se engalana con plumas rojas, el que dio el aviso en la puerta de Santiago: eran las dos de la madrugada, era el momento de buscar al Nazareno.
Rápidamente los faroles le pusieron la banda sonora a la noche mientras se perdían en la oscuridad de Alcalá y Orti. El cortejo agradecía a la madre naturaleza el amanecer tempranero, la primera parte del recorrido sería más liviana hasta llegar al puente y la propia salida de la parroquia no se alargaría.
Y llegó el momento. La Coral Polifónica puso la voz, el órgano la música y Jesús la presencia que todo lo llena. Mientras sonaba una de las coplas dedicadas al Nazareno, el paso iba avanzando por el interior del templo. Y también sonó la saeta primera, hubo tiempo para todo. Hasta para el silencio que solo se rompió cuando el Señor, ya en la calle, había enfilado la bajada por la Plaza del Derribo.
Una hora después la Hermandad ya estaba en la calle, los sones de ‘Jesús en el Calvario’ en la salida de la Virgen del Socorro dieron buena cuenta de ello. Después sonaría ‘La Madrugá’, aunque el momento de la noche, para quien escribe, vino con ‘Dolor y Soledad’ en la calle San Sebastián. Reflejo melancólico del principio del fin en forma de música.
Pasadas las diez y media de la mañana la madrugá llegó a su fin en un regreso del Calvario, como siempre, multitudinario. Una madrugá en la que el frío parecía ser a priori el principal hándicap, pero que brilló como solo ella sabe hacer.
Fotografías: Alejandro Calderón