Cuando desaparece la soledad
Es la razón de todo. Más allá de celebrar efemérides, tocar marchas y lucir los nuevos estrenos. Lejos de un izquierdo por delante, una petalá o la bulla que no deja avanzar a los acólitos. Todo eso, que tanto nos gusta, pierde absolutamente todo su sentido cuando nos encontramos ante una estampa como esta.
Lo capta a la perfección el fotógrafo alcalareño Emilio León. La Virgen de la Soledad avanza en su traslado extraordinario hasta la Parroquia de San Sebastián. El momento de felicidad es pleno. Pese a las vicisitudes, la Hermandad del Santo Entierro da claros síntomas de mejoría, real y palpable, y en estos cultos extraordinarios ha vuelto a poner otro ejemplo sobre la mesa. Pero ya lo decíamos, realmente todo pasa a un segundo plano.
Entre las miradas brillantes de felicidad, hay una que desde el interior de un hogar busca la cercanía de la Virgen. Observa el bullicio y termina perdiéndose en el manto de la Madre protectora. Seguro que le reza, ensimismada, y le pide por los suyos: por el trabajo de su yerno; por la salud de su hija; por los estudios de su nieta; o por la nueva entrevista de su nieto el mayor, que a lo mejor va a tener que emigrar a Alemania para trabajar. Quizás hasta le pida por ella misma, para volver a ser lo que fue o, al menos, parecerse.
La escena dura poco. De nuevo los coches volverán a ocupar el paisaje diario que se observa desde esa ventana. La conversación ha sido fugaz, pero reconfortadora. Y ahí reside la clave de todo esto. Evangelizar, por encima de todo. Acercar a la Madre de Dios y a su Bendito Hijo allí donde siempre haya una voz que los llamen. Una voz a la que poco le importan los asuntos vanales de los cofrades.
Una voz que le pide a la Soledad, la que cuando llega, hace desaparecer la soledad.