La Borriquita hace de su vuelta a San Agustín un día de fiesta
Han sido dos meses en el exilio, aunque nunca una «huida» gozó de tanto amor y cariño como el que han recibido el Santísimo Cristo de la Bondad y Nuestra Señora de la Oliva durante su estancia en Santiago. La Sacramental de la Sagrada Entrada en Jerusalén -como le gusta llamarla a alguien que divide su corazón entre la Cruz de Jerusalén y las palmas y los olivos- emprendía el regreso a casa en medio del silencio espectante que había en el templo y que se rasgó con las oraciones que se fueron elevando cuando las imágenes se cruzaron con las de las hermandades de Jesús Nazareno y de la Divina Misericordia. Era el momento de decir un hasta luego, porque en abril el Señor de la Bondad volverá para el Vía Crucis de las Hermandades de Alcalá.
Como un laz de luz que va rápidamente de un punto a otro, así fue el traslado. La estampa, histórica. Por la luz de la mañana, por el itinerario, por las formas, y por el acompañamiento: el de decenas de hermanos y devotos, esos que les van a ver habitualmente a través de una reja; esos que se dejaron robar el corazón a saber cuándo o por quién; esos que saben cuánta protección cabe en la mano extendida de una Madre. La Parroquia de San Agustín esperaba con ambiente de fiesta, aunque estuviera menos bonita, pero no importaba, estaba más verdadera que nunca.
Ahora por delante queda trabajo, muchísimo, para reconstruir un techo que ya se levantó con sudor y esfuerzo hace décadas. La paciencia deberá ser la principal virtud para repetir aquella hazaña.
Fotos: Luis Piña