Bernardo Hermosín – Podría…
Cuando el azahar marchito ya se encuentra, viene a mi memoria el que no se marchitó. Viene a mi memoria el azahar postrado a tus pies. Regalo inmaterialmente imperecedero y a tus plantas fueron a posarse para no abandonarte en la tarde del Jueves Santo. Dejemos pasos a los recuerdos…
El destello blanquecino iluminó por fin mis ojos. Fue este año, después de cuatro sirviéndole con mi yugo a la madera del Amor, cuando de nuevo la blancura abrazó a mi cuerpo, el esparto se ciñó de nuevo a mi cintura y mi corazón desbocado cual primera vez fuera. Y como tanto y tantos años, marché camino de mi penitencia, dejando pasar a la tradición inmaterial.
Mismo ritual que perduran año tras año, a pesar de la rotura de los años con el tiempo. Todo seguía en su sitio: misma llama cimbreándose, mismo pétalo embriagando, mismo oro en hilo enalteciendo, mismo caoba cual en retablo procesionando, misma plata enjoyada, mismo árbol de cruz dónde vas muriendo.
Podría seguir deshojando uno a uno los recuerdos de la incesante espera, antesala de la apertura de la puerta. Podría recitar cada oración que cada nazareno de Dios iba musitando. Podría incluso imitar la doblez del saco y la arpillera que cada privilegiado iba realizando. Podría…pero no debo, podría seguir ilustrando, pero prefiero esconderlo en el rincón más recóndito de mi corazón, donde nadie lo alcance, donde nadie pueda perturbar el tesoro recordado. Podría seguir desentrañando una a una la tensa calma de los nervios, podría seguir dibujando en el aire las lágrimas de devoción, pero no me debo a los recuerdos, no me debo a los momentos, no me debo a las tradiciones, me debo a Ellos, me debo a un Amor siempre entregado y a una mujer en Amargura siempre consolada. Mi deber siempre será por y para Ellos. ¿De qué vale el recuerdo si lo ves cual amigo lejano? ¿De qué te vale llorarle si no te arrodillas frente al que es siempre bendito y alabado? ¿De qué nos vale mostrar Amor, si no es Amor de Dios el que destilamos? Podría seguir haciendo y deshaciendo, podría contar cada vivencia irrepetible, cada emoción contenida en cada nazareno. Podría incluso mostrar imaginariamente la risa imborrable de los puros de corazón, con roquete rojo, ese mismo rojo del que custodiado ese mismo día se encuentra.
Pero no debo, prefiero soñar, no recordar. Prefiero soñar con Ellos siempre junto a mí, prefiero que perduren los momentos, que los años nunca dañen. Prefiero, simplemente, que seáis vosotros mismos los que se abracen a Ellos, los que tomen la valentía de acompañarlos, que seáis vosotros los que compartáis este tesoro que tiene Alcalá, que no es otro que ver a la más alta cruz llegar, custodiados por la pureza juvenil, e irse viendo a la Amargura por Amor llorar.
Bernardo Hermosín Calderón
Nazareno de la Hermandad de la Amargura