Alcalá continúa impregnada de vuestro color Esperanza
Probablemente, debido a las labores de comunicación encomendadas por la organización alcalareña de los ‘Días en la Diócesis’, he sido uno de los que más tiempo he pasado junto a los peregrinos y de los que más contacto directo he tenido con ellos -amén de las familias de acogida y los grandes responsables de todo esto, Pablo, Juande y Antonio Guerra-. De esta manera, la tarea de hacer crónicas, fotografías, entrevistas, y el propio contacto como responsable de un área de la organización y colaborador en cualquier asunto en el que se me ha necesitado me hizo pasar con los acogidos, mínimo 13 horas diarias con ellos.
Quizá la suerte me hizo encontrarme desde el primer día con un grupo de personas amables, dispuestos a ayudar en todo, siempre alegres y firmes en la fe. En la residencia de ancianos pude contemplar y observar de primera mano ese hecho de encontrar a Dios en personas indefensas tal y como apuntaba Mili Corcuera en los dos encuentros que hemos tenido para sendas entrevistas. Pero no sólo con eso me quiero quedar de aquella mañana en la residencia de ancianos la Milagrosa. Yo, que construyo mi vida a partir de detalles, pude volver a la infancia al recibir una pequeña medalla de la Milagrosa, exactamente igual a la que me daban cuando empezaba a leer gracias a unas monjitas muy amigables que libro en mano -en la mayoría de los casos era el archiconocido ‘Micho’- edificaron las bases de la educación de un sinfín de niños alcalareños. Desde esa mañana, sería al grupo B3 el que eligiera para acompañarlo por toda aquella actividad que realizara en estos ‘Días en la Diócesis’.
Decía Antonio Guerra en la entrevista que le pudimos hacer el sábado, que “Alcalá no sería igual cuando se fueran los peregrinos de México y Argentina”. Por entonces no conocíamos cuánta razón llevaba en esas palabras. Indescriptiblemente, el cariño que todos aquellos que hemos tenido la dicha de compartir estos tres días con las peregrinas ha sido tal, que la ciudad ha notado su presencia.
Es probable que alguno me tache de exagerado, pero no me equivocaría al pensar que no son pocos los que se han visto reconfortados al compartir la fe de Dios con unas personas cuya espiritualidad no tiene parangón con la que mostramos la mayoría de nosotros. Quizá también, no me esperaba disfrutar tantísimo de una experiencia única, y no esperaba el jueves, cuando todas llegaban con cara de cansancio desde Madrid, y con más curiosidad que otra cosa, que iba a vivir y sentir una experiencia única e inolvidable.
En tres días hemos intentado que aprendan sobre Alcalá, que conozcan a Dios en Paz y Bien, San Juan de Dios o La Milagrosa. Que no se asusten ante la llamada de Dios y busquen la vocación como lo hicieron las hermanas del Convento de las Clarisas. Se ha pretendido que se diviertan con una tradición tan nuestra como son los toros (aunque en este caso a menor escala, al ser una capea). Han probado el gazpacho andaluz y la tortilla de patatas. Han aprendido a bailar sevillanas, tocar las palmas a compás, cómo se lleva un paso y cómo suena una banda de palio y una de paso de cristo. Se han emocionado postradas ante el Gran Poder, así como también al ver por la televisión la procesión de la Virgen de los Reyes.
Pero nosotros también nos quedamos con muchas cosas. Ya sabemos que cualquier persona alegre será siempre una persona joven, que Dios se esconde tras una bella persona, y que con una sonrisa en la cara todo se hace muchísimo mejor. Que las ganas de aprender jamás deben desaparecer, pese a que el cansancio te derrote. O que no sabemos pronunciar la palabra fiesta de una manera inteligible para foráneos.
El intercambio cultural fue enorme, muchos ahora se han interesado por las canciones de Facundo Saravia o por los mariachis mexicanos.
Dos días después de su marcha, todavía algunos echan de menos a las peregrinas que entre lágrimas de varios de los presentes en la parada de la Feria se despedían con un sincero hasta siempre.
Desconozco cuánto ocuparemos los alcalareños en sus corazones (aunque en sus manos, el paso por Sevilla sí les ocupa lugar, las pulseras adquiridas en la Feria de las vocaciones así lo atestiguan), pero de lo que no tengo dudas, es que las 90 argentinas y los 18 mexicanos han dejado en Alcalá una huella imborrable para la mente de todos los que han participado en este increíble proyecto de los ‘Días en la Diócesis’.
Mientras, a otros, para el recuerdo nos quedan algo más de 500 fotografías, cuatro grabaciones con entrevistas, varios perfiles de Facebook, una acreditación muy gastada, algunas hojas repletas de preguntas y otra que deja constancia de las chicas con las que abrimos y cerramos el círculo de comunicación: Clari Gutiérrez, Cande Costa, Clari Riavec, Mili Corcuera y Euge Rodrigo. Que sepáis que Alcalá sigue teniendo ese color Esperanza que tanto pregonasteis en esos tres magníficos días. Gracias.
Última foto realizada a las peregrinas en la Capilla del Colegio Salesiano.