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Dulzura, elegancia y dolor en la ya bendecida Virgen de la Trinidad

Las ganas por contarle secretos, infinitas. La ilusión, desbordante. La necesidad de compartirla con los demás, incontenibles, y es que el orgullo por tener junto a sí a una Madre es difícil de medir. La luna, cuasi llena, no se perdió la estampa, en ninguna de sus formas; desde la cordobesa que dijo adiós hasta la panadera y luminosa que con expectación fue testigo de la llegada a Santiago. Y todo ello, en el día en el que se bendijo María Santísima de la Trinidad.

Sin ruido, como si del último tramo de su cofradía del Sábado Santo se tratara…“. Así definía la llegada de la Virgen alguien que la soñó mucho, una de esas personas que dispuso su alma en Ella antes de perderse en la claridad de su mirada, y alguien, en definitiva, a quien ahora le faltan minutos para contarle de tú a tú todo cuanto acontece en su vida diara.

Mi interlocutor no se equivocó en demasía sobre cómo sería el fin de semana en torno a la Virgen de la Trinidad. Todo se hizo conforme al espíritu de la Agrupación Parroquial de la Divina Misericordia, con la sencillez justa y medida de todo cuanto se viene haciendo en la Parroquia de Santiago desde que a unos jóvenes muy lejos de la cordura -y más quisieran muchos tener tal nivel de locura- impulsaran la devoción a la olvidada Virgen del Rosario; lo que vino después con el Señor de la Divina Misericordia ya es harina de otro costal.

Muchas veces hablé de ese archivo de los momentos oníricos, pues el traslado de la Virgen desde el taller de Edwin González en la noche del viernes es otra de esas historias que pueden poner un punto y a parte en la vida de cualquiera y guardarse en ese archivo. Dichosos aquéllos que tuvieron la dicha de disfrutarla a escasos centímetros y la sostuvieron por el talle en esa madrugada, que poco se parecía a la otra, en Santiago.

Para la bendición no hacían faltas grandes altares, ni montajes extraordinarios, tan solo tres piezas de candelería, junto a varias jarras de azucenas -quizás el único pero de toda la celebración, ya que las flores elegidas no fueron del gusto de todos, pese a la más que buena composición- y los faroles de guía de la corporación componían el altar para la Eucaristía. Y todo, con Ella vestida con los colores propios trinitarios, rojo y azul, y tocada con la diadema de Nuestra Señora de la Soledad de la Hermandad del Santo Entierro.

Y así se hizo realidad. Pasadas las ocho y media de la tarde del 25 de mayo de 2013, la Agrupación Parroquial de la Divina Misericordia, en otrora del Rosario de Santiago, y quién sabe, sin en el futuro de la Trinidad, palpó lo soñado, sintió lo anhelado y disfrutó de lo ya logrado: ya estaba bendecida la Virgen de la Trinidad.

Una Virgen de facciones finas y dulce

Muchos esperaban que la cofradía siguiera la línea marcada con el Señor de la Divina Misericordia y que la Virgen se acercara en gran medida a una mujer mayor, con mayos entrelazadas, rota de dolor o con cualquier otro tipo de peculiaridad que marcara aún más ese carácter que algunos definen, los menos entendidos, como extraño en nuestra Semana Santa. Pero la realidad es absolutamente opuesta.

La Virgen de la Trinidad no se aleja del canon clásico de dolorosa, muy cercana a la escuela cordobesa, de facciones finas y elegantes, con la cabeza ligeramente inclinada y con una fina policromía de tez pálida con toques sonrosados. Pero ante todo, lo que más llamará la atención de la dolorosa serán sus ojos de color indecifrable. Verdes decían unos, azulados los describían otros, y grises los considera quien suscribe estas palabras, aunque más allá del color, es mejor deleitarse con las lágrimas a punto de brotar y que dotan a la talla de una vivacidad infinita.

En definitiva, estamos ante una soberbia talla que jamás ofrecerá la misma visión al fiel, y que, en términos fotográficos, dará una cantidad de planos incalculables y distintos.

Tras toda la vorágine, la Virgen ya descansa en su retablo, en otro de esos detalles que perdurarán por los siglos de los siglos. Y es que gracias al esfuerzo de la agrupación se ha restaurado el retablo en el que, desde la tarde de ayer, la Virgen de la Trinidad recibirá a todos sus hijos en la vida diaria, donde se los sabrá ganar a todos uno a uno.

Mientras, esperará a que algún día, solo Ella sabe cuando, procesione por las calles de Alcalá.  Ahora solo es tiempo de prepararse para dar respuesta a un hecho que muchos ven cercano y sobre el que otros no se atreven a imaginar quizás por el vértigo de lo que han sido capaces de conseguir únicamente con amor, fidelidad, constancia y muchísimas dosis de trabajo.

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