La Adoración Nocturna de Alcalá cierra el Ciclo Eucarístico de la ciudad
Con la Solemne Función Principal y la Procesión Eucarística, organizada por la Antigua y Franciscana Sección de Alcalá de Guadaíra de la Venerable Archicofradía Sacramental de Adoración Nocturna Española, el Ilmo. Sr. D. Teodoro León Muñoz, Vicario General de la Archidiócesis de Sevilla, Deán de la Catedral y Director Espiritual de la Adoración Nocturna Diocesana, cerraba el pasado día 1 de julio el ciclo Eucarístico en Alcalá; ciclo que se había abierto con la IX Exaltación Eucarística, también organizada por esta Sección.
Tras el Quinario en honor y gloria de Jesús Sacramentado oficiado por los Reverendos Padres Salesianos, el sábado día 1 de julio, en el alcalareño Convento de Santa Clara, tuvo lugar la Función Principal y posterior Procesión Eucarística. A la misma acudieron representaciones del Consejo de Hermandades y Cofradías, Hermandades, Agrupaciones y asociaciones Parroquiales, e Institutos de Vida Consagrada, como las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las Misioneras de Acción Parroquial y, por supuesto, las anfitrionas, las Hermanas Clarisas.
La Santa Misa fue solemnizada con los cánticos de la Hermanas Clarisas que eligieron para la ocasión la bellísima “Misa de Pío X”, recuperando así, un año más, la tradición del latín en la liturgia romana. El resto de los cantos fueron todos de tema eucarístico, muy adecuados a la celebración, que en las voces de las Hermanas Pobres de Santa Clara recordaban a los ángeles. Comenzó el rito con la incensación de la Cruz, del altar y de la Sagrada Imagen de la Santísima Virgen Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, cotitular de la Sección adoradora.
El Vicario General de la Archidiócesis enseñó el auténtico significado de la Eucaristía, los enemigos que impiden que fructifique en nosotros y los remedios que podemos aplicar
- Teodoro León, que estuvo acolitado por el seminarista Antonio Romero, regaló a los fieles que asistieron a esta Eucaristía una bellísima homilía centrada en esta y los enemigos que impiden que fructifique en nuestro espíritu: la soberbia y el egoísmo. También mostró cómo podemos poner remedio mediante la oración, la humildad, la devoción a la Eucaristía, el recibir a Cristo Sacramentado sabiendo que nos acercamos a una persona que tiene sentimiento, que nos quiere, que se entregó por nosotros. La Eucaristía no es un trozo de pan, es Cristo realmente presente en ella. Él es el camino, la verdad y la vida. Asimismo exhortó a acogernos a la Madre de Dios, que no puede estar ausente de nuestras vidas, y que como Jesús, es un modelo de humildad. Terminó pidiendo que la Santísima Virgen María nos haga tener a su Hijo, Jesucristo, como el primer fundamento de nuestra vida espiritual.
Merece la pena leer la homilía y reflexionar sobre ella, pues es fuente de bien espiritual. Por eso se proporciona la transcripción literal de la misma.
San Manuel González, el obispo del Sagrario abandonado, o lo podemos también llamar “el obispo de la Eucaristía”, porque él tenía un amor apasionado a la Eucaristía, dijo que la Eucaristía es el sacramento infinito e insondable del amor de Dios. Bueno, dijo muchas más cosas, pero entre ellas dijo esta, que es profunda: “Es el sacramento infinito e insondable del amor de Dios”. Es decir, el Amor de Dios es infinito e insondable porque ha llegado hasta tal punto que se ha quedado con nosotros. Pero para quedarse con nosotros antes ha tenido que venir a este mundo y, precisamente su amor hace posible que su Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, viniera a este mundo. Por lo tanto, cuando Él se queda con nosotros en la Eucaristía es por amor. Por amor se produce la obra de la Redención: ama a toda la humanidad. Nos ama a pesar de todas nuestras limitaciones y de nuestros pecados. El amor de Dios es inmenso, infinito hasta llegar a reparar. Nuestro Señor Jesucristo mostró tanto amor, que cuando muere en la cruz, la cruz es el culmen del amor de Dios. Pero aún va más allá ese amor: se queda con nosotros en la Eucaristía. Hasta el punto de que sea nuestra fuerza, nuestra fuerza espiritual. De la misma manera que humanamente necesitamos el alimento material, nuestro espíritu necesita también ese alimento espiritual; porque somos cuerpo y espíritu, no solamente somos cuerpo o espíritu, sino que somos cuerpo y espíritu que forma una unidad, y ambas cosas son necesarias.
¡Qué mejor alimento que la sagrada Eucaristía! ¿Qué mejor alimento nos ha podido dejar Dios, para que cada uno de nosotros reavivemos y activemos siempre nuestro espíritu?
Recordando a San Manuel González, él decía: “¿Y cómo es posible?” Y podemos preguntarnos también nosotros: “¿Cómo es posible que en muchos cristianos que nos acercamos para recibir al Señor en la Eucaristía, no se note que se transforma nuestra vida? ¿Por qué no cambiamos? ¿Por qué seguimos viéndonos iguales? Porque el que come mi Carne y bebe mi Sangre, habita en mí, y yo en él, y haremos morada en él. Y decimos: ¿Cómo es posible que yo siga teniendo las mismas limitaciones, los mismos pecados? ¿Qué sucede en mi vida? ¿Por qué no me cambia? ¿Por qué no me transforma la Eucaristía? ¿Por qué? Pues porque también tenemos que considerar los enemigos del espíritu. El primero de ellos es la soberbia. Y la soberbia no hay que buscarla fuera, porque está dentro de nosotros. Precisamente el pecado original tiene su inicio en la soberbia: “Seréis como dioses”; y queremos ser como dioses.
A veces, incluso, el hombre dice: ¿Por qué no puedo hacer eso? Lo hago, y lo haces; claro que puedes. Y se sobrepone a Dios, y puedo hacerlo, y puedo decidir incluso en contra de la ley natural y de la ley divina. Claro que puedes, y lo haces, la soberbia nos impide asemejarnos a Cristo. La soberbia nos impide recibir el sacramento para que nos transforme. La soberbia hace que se nos quede el corazón vacío. Y cuando alguien quiere, incluso darnos un consejo, yo no quiero oír a nadie, no quiero saber nada de nadie, ¿cómo me vas a aconsejar a mí? Pero tú, ¿quién te has creído que eres? ¿Tú me vas a decir a mí lo que hay que hacer? Ahí está la soberbia, un primer enemigo.
Un segundo enemigo: el egoísmo. El egoísmo nos deja el corazón de piedra, endurecido. Y uno dice: primero yo. Y hemos escuchado muchas veces: “y segundo yo también; y tercero, yo también. Siempre yo. El monumento al yo. Nadie más que yo. No me importan ni las guerras, ni el sufrimiento, ni terrorismos. No me importa nada. Solamente se mira uno a sí mismo. Es un corazón insensible, que no siente por nada ni por nadie. ¿Y cómo es posible entonces que me acerque a la Eucaristía y no fructifique en mi vida? Pues porque tendremos que analizar a los grandes enemigos que podemos llevar dentro de nosotros, y que impiden que fructifique la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo; Cristo realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
¿Por qué he comulgado tantas veces y no siento nada? Mi vida no se transforma. Analicemos nuestro espíritu. Pero también podemos decir, ¿y esto qué significa?, ¿que no podemos hacer nada?, ¿que tenemos que estar continuamente con estos enemigos, que van a destruir mi parte espiritual? ¿No puedo hacer nada para cambiar y que la Eucaristía me transforme? Claro que podemos hacer. Lo primero que tenemos que hacer es la oración: orar, ponernos delante del sagrario, o ante Jesús Eucaristía en la Exposición. Pero delante del Señor, orar. La oración en necesaria. La oración la necesita nuestro espíritu: hablar con Dios.
Hablar con Dios es orar, es oración. Hablas con muchas personas a lo largo del día. Pero, ¿cuántas veces hablamos con Dios? La oración prepara nuestro espíritu. La oración hace que nuestro espíritu sea sensible para atender a las cosas de Dios. Si uno va a recibir a Jesús en la Eucaristía y no se ha preparado interiormente, pues no se ha preparado el espíritu. Por eso muchas veces no fructifica. Por eso muchas veces, incluso estamos celebrando la Eucaristía y terminamos de escuchar las lecturas y uno dice, ¿y qué lectura era la primera? No lo sé. ¿Dónde estabas? Te habías distraído. El espíritu no ha podido captarlo. ¿Y el Evangelio? Tampoco. Claro, si no le damos al espíritu su alimento, es normal que nuestra vida no se transforme. Hay que orar, y orar siempre desde la humildad, desde la sencillez. Cuando nos ponemos delante del Señor, no podemos tampoco orar exigiéndole, chantajeándole, sino orar desde la humildad: “Señor, te pido tal cosa, pero que se haga tu voluntad y no la mía”. Sed constantes y perseverantes y seguro que el Señor sabrá darnos aquello que necesitamos realmente. Y si nuestro espíritu está preparado seremos capaces de acoger lo que Dios quiere para que se cumpla su voluntad en nuestra vida. Pero si eso es así, es que está fructificando en nuestro espíritu la Eucaristía que recibimos, si somos capaces de asumir la voluntad de Dios en nuestra vida. Por lo tanto, un remedio contra la soberbia y el egoísmo: la oración. Otro remedio, la humildad. Decía San Manuel: “Que nos ganen en todo, menos en la humildad”. Porque nuestro Señor Jesucristo fue humilde. No hizo alarde de su rango y paso por este mundo como un hombre cualquiera. Se hizo en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Pero por lo demás, se hizo en todo semejante a nosotros. Fue humilde en su nacimiento, humilde en su vida, humilde en su muerte. Podría haber sido de otra manera y dar un espectáculo tremendo en el Calvario, y no lo hizo. Fue humilde. Él fue humilde y nos invita a la humildad. Pero, ¿y si nos fijamos en la Santísima Virgen María? Es que acaso Ella no nos habla también de esa humildad. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado…”, ¿en qué? En su humildad, en su sencillez. La Virgen María, por su humildad fue capaz de acoger el proyecto de Dios en su vida; el plan de Dios en su vida. Era un espíritu preparado, y asume por medio de la acción del Espíritu Santo la obra de la Encarnación: que el Hijo de Dios se encarne en sus entrañas, con humildad.
¿Y cómo prosigue la vida de la Santísima Virgen María? ¿Exigiéndole a Dios porque es la Madre del Mesías? Todo lo contrario, a través de los Evangelios vemos que no hay exigencia ninguna, sino aceptación de la voluntad de Dios. Mujer sencilla, humilde. Y nosotros, si tenemos al Gran Maestro, a Jesucristo, y a nuestra Madre Santísima, que nos habla de humildad, si nos acercamos a la Eucaristía y queremos que fructifique en nosotros debemos ser humildes. Y cuando seamos capaces de ver que nuestra propia vida es humilde, tendremos que decir: “Está haciendo efecto y fruto la Eucaristía que recibo en mi vida espiritual”.
Otro remedio: vivir intensamente la adoración, la devoción a Jesús Sacramentado. Que cuando vaya a recibirlo, yo sepa que estoy recibiendo a una persona. Una persona que tiene sentimiento, una persona que me quiere, una persona que se entregó por mí. Porque la obra de la Redención no ha terminado. Cada vez que celebramos la Eucaristía, nuestro Señor Jesucristo sigue intercediendo por toda la humanidad, por ti y por mí. Sigue intercediendo delante de Dios Padre, y en la Eucaristía está realmente presente. Siente por mí, y siente cuando no puedo acercarme por alguna limitación; lo siente. Y se alegra también conmigo cuando lo puedo recibir. No es un trozo de pan. Después de las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”, es Cristo realmente presente en la Eucaristía. No es por tanto un pan sin vida, sino que es la misma vida que nos da a nosotros la vida. Él es el camino, la verdad y la vida.
Acercarnos a Jesús, como aquel que se acerca a hablar con una persona, que está deseando que le hables de tu historia, de tu familia, de tu vida, tus amigos, de lo que sientes. ¿Con quién mejor que con Él, hablar de aquello que tenemos dentro, en nuestro interior? Si a veces buscamos a muchos amigos, a Él lo tenemos, y nada más y nada menos que hablar con Dios. Y cuando nosotros seamos capaces de notar una paz interior, tendremos que decir, entonces, está fructificando en mí la Eucaristía que recibo. Pero si aquello que notamos sigue siendo la soberbia y el egoísmo, tendremos que decir que algo está fallando en nuestra vida. Pero se puede poner el remedio: la oración, la humildad, la devoción a la Eucaristía, el recibir a Cristo Sacramentado sabiendo que me acerco a una persona que tiene sentimientos.
Mis queridos hermanos vamos a acogernos a la Santísima Virgen María, la cual no puede estar ausente de nuestra vida. Yo creo que es impagable lo que hizo Ella, porque hizo posible que se realizara el proyecto de Dios Padre en la humanidad. Dios le pide permiso a la Santísima Virgen María, y Ella lo asume, y se produce la obra de la Redención. Ella sigue intercediendo por nosotros. Todos nosotros tenemos a nuestra madre biológica, pero en el cielo está Ella; y ella intercede en cada momento, en cada instante, en cada circunstancia por nosotros. La devoción a la Santísima Virgen María no puede faltar. San Juan Pablo II, que sabéis que era el Papa con esa gran devoción a la Santísima Virgen María, cuando escribió su carta sobre la Eucaristía, él incluyó un párrafo que decía: “¿Y qué sentiría la Santísima Virgen María, cuando en aquellas primeras comunidades cristianas celebraban la Eucaristía y Ella recibía al mismo que había llevado dentro de su ser, y lo había dado a luz? ¿Qué sentiría?
¿Y nosotros qué sentimos cuando recibimos a Jesús en la Eucaristía, cuando lo introducimos dentro de nuestro ser? “El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él”.
¡Que la Santísima Virgen María nos haga tener a su Hijo, Jesucristo, como el primer fundamento de nuestra vida espiritual! ¡Que así sea!
Protestación de Fe y Oración de los Fieles
Tras el recitado del Credo por toda la asamblea, la Sección procedió a la Protestación de Fe Católica, en la forma breve, al igual que se hace en Instituciones como el Cabildo Catedral de Sevilla, que la realiza el 15 de agosto en la festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, mediante una Diputación de sus miembros que hacen el juramento en nombre de todos los demás. Así, de igual forma, fueron cinco Oficiales de la Sección, los que hicieron el juramento. El Presidente, que encabezaba la representación, leyó la fórmula habitual en nombre y representación de todos los adoradores y adoradoras alcalareños, renovando además, por décimo año consecutivo, el voto de “… defender el milagro de la vida humana desde el primer instante de la concepción en el vientre materno, hasta que Dios nos llame a su presencia al final del camino”, en comunión con las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia. Tras ello, los cinco hicieron la fórmula del juramento: “En nombre y representación de todos los adoradores de esta Antigua y Franciscana Sección de Adoración Nocturna de Alcalá de Guadaíra, así lo prometo, así lo juro, así lo confieso, así Dios me ayude y estos sus Santos Evangelios. Amén.”
Seguidamente, la Oración de los Fieles fue un compendio de todas las intenciones que la Sección Adoradora tiene presentes: por el Santo Padre Francisco, el Cardenal Arzobispo Emérito de Sevilla, Fray Carlos Amigo (Presidente-honorario de la Sección adoradora de Alcalá de Guadaíra), nuestro Arzobispo Juan José, su Obispo Auxiliar Santiago y su Vicario General Teodoro, y por las vocaciones. Por el arcipreste de Alcalá (Padre Rafael), los párrocos y sacerdotes, especialmente del arciprestazgo y mención especial al párroco de Santiago, el Padre Manuel María y su vicario parroquial el Padre Manuel Ángel, y la Comunidad de Padres Salesianos (capellanes del convento), por los Consagrados que desarrollan sus carismas en el arciprestazgo: la Comunidad de Hermanas Clarisas, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las Siervas del Hogar de la Madre, las Misioneras de Acción Parroquial y los Hermanos de San Juan de Dios. También se pidió por el Consejo Local de Hermandades y Cofradías, las Hermandades, Agrupaciones Parroquiales y asociaciones de fieles, y especialmente por la Adoración nocturna. Asimismo se pidió por todos los que sufren las grave crisis, económica, social y de valores, y por los enfermos.
Exposición del Santísimo y Procesión Eucarística
Al igual que en ocasiones anteriores, la comunión se repartió bajo las dos especies eucarísticas, como es norma en el Monasterio, primero a las Hermanas Clarisas y después al resto de los fieles que llenaban la iglesia. Terminada ésta, e inmediatamente después de purificado el cáliz, se expuso el Santísimo Sacramento en la Custodia, rezándose la Estación. Mientras el oficiante cambiaba los ornamentos de la Misa por la Capa Pluvial blanca, se organizó la Procesión, que encabezaba la Bandera de la Sección, seguida por todos los fieles con velas encendidas para cerrar la misma el palio cubriendo la majestad de Dios. La Procesión se dirigió al patio colateral de la iglesia, para pasar a la Clausura por la Puerta Reglar, donde se incorporó la Comunidad de Hermanas Clarisas, haciendo una primera Estación en el altar del Niño Jesús para seguir por el Claustro Grande, haciendo otra Estación en el altar de Santa Clara (ambos preparados primorosamente por las monjas), y salir a la calle Nuestra Señora del Águila, para volver a entrar en la iglesia conventual por la puerta principal, mientras las Hermanas Pobres de Santa Clara esperaban desde el Coro. Una vez de nuevo en el altar mayor, se impartió la bendición con Su Divina Majestad, finalizando toda la ceremonia con las tradicionales alabanzas, quedando reservado el Santísimo Sacramento en el Sagrario.
Una jornada, en fin, de hondo calado espiritual, a la que han contribuido como siempre, la profundidad de la palabra del oficiante, en este caso el Ilmo. Sr. D. Teodoro León, la belleza de los ritos, la solemnidad de los cantos, el fervor de los asistentes, y el buen hacer en el acolitado del seminarista alcalareño Antonio Romero. Un magnífico colofón a los veintidós días en que nuestra ciudad ha estado, en sus diversas parroquias, hermandades, instituciones…, honrando a Cristo, real y verdaderamente presente en las Sagradas Especies del Pan y del Vino, para cumplir su promesa de permanecer junto a nosotros hasta el final de los tiempos.
Fotos: Francisco Burgos