La semana en la que nos volvimos locos
La lluvia ha vuelto a hacer mella en la Semana Santa, pero no por dejar a nuestras cofradías en sus templos –sólo la del Perdón no puso su cruz de guía en la calle-, sino por haber mojado a todas y cada una de ellas, día tras día.
La semana comenzaba con malas previsiones generalizadas, nadie sabía en la realidad hasta dónde iban a llegar, pero ciertamente, acertaron. El domingo amanecía prometedor, soleado y con riesgos de lluvia mínimos. En Sevilla, ese espejo al que tanto nos miramos, salían todas las cofradías y en Alcalá todo seguía lo pautado. La Borriquita ponía su cofradía en la calle sin problemas y el Rosario se preparaba para hacer lo propio en la Callejuela del Carmen.
Todo marchaba bien, pero el viento cambió, el cielo azul tornó en gris y el leve riesgo se convirtió en un chaparrón que sorprendió a la Borriquita en la calle Canarias. Sobre sus pasos, y mojada, la cofradía se refugiaba de nuevo en San Agustín y decidió esperar para ver qué había pasado y qué podía pasar. El 20% de riesgo existente hasta las seis de la tarde se convirtió en un 70% de un plumazo. Eso sí, más allá de las siete el riesgo era prácticamente nulo. Y así lo entendieron también en los Salesianos, que dos horas después de lo previsto puso a su cuerpo de nazarenos en la calle.
En este sentido, a eso de las siete y media, la Borriquita volvía a salir a la calle y Alcalá, con sus dos hermandades en la calle, parecía volver a la normalidad, pero nada fue así. Cuando el palio de la Virgen del Rosario pasaba la Plazuela y el misterio del Señor de la Bondad alcanzaba este punto comenzó de nuevo una fina lluvia que asustó a propios y extraños. Los de San Agustín emprendieron una vuelta rápida por Mairena, Santa Ana y las mismas calles del barrio ya recorridas, mientras que el Rosario daba media vuelta y el palio encabezaba una comitiva curiosa. Se produjo entonces a buen seguro uno de los momentos más recordados para la posteridad, como si de una misma hermandad se tratara, la Virgen de la Oliva y la Virgen del Rosario compartían calle, una tras otra en un mismo plano.
Una vez superado el susto, el regreso se normalizó y sendas cofradías entraron en sus templos, aunque nada había sido como debía.
Martes de decisiones asumidas
Si había algún día sentenciado desde días antesese era el Martes Santo. El pesimismo parecía haber calado hondo y en los cuerpos de todos estaba arraigada una decisión en absoluto tomada antes de tiempo. Pese a que la esperanza es lo último que se pierde, al final las malas noticias vencieron y la cofradía suspendió su estación de penitencia. Tres años consecutivos en los que las Hermanas Clarisas no rezan al Dios del Perdón. Demasiado peso para el alma de quien vive por el último suspiro del Señor, de quien anhela ser el pañuelo de lágrimas de la Madre del barrio. De nuevo a esperar todo un año para ilusionarse con bendecir el barrio del Instituto.
El pesimismo también era la nota dominante en la mañana del miércoles. Mientras que en Sevilla la Sed decidía no salir, en Pablo VI pensaban que iban a tener seguir esas mismas líneas hispalenses y que dejar huérfanos al barrio sin Soberano iba a ser la única salida, pero nada fue así…
Con un compás de espera de una hora, la Hermandad del Soberano Poder se ponía en la calle, entendiendo la existencia de un riesgo fácil de asumir, pero que al final terminaría venciendo.
Tan sólo una hora tardó la Hermandad en poner su cruz de guía en el centro de la ciudad, momento en el que comenzaban las primeras gotas. Al principio, como ya ocurriera el domingo, gotas entendidas y asumidas, al final chaparrón que provocó la segunda foto histórica de la semana. Con el cortejo partido en dos, la presidencia y los acólitos precedieron al paso del Señor que no buscó la Plaza del Barrero, sino que hizo lo propio para cobijarse en la casa hermandad de la Amargura. No sin problemas y momentos de tensión entró el paso, pero siempre con la maestría mostrada ya de sobra por la cuadrilla del Soberano.
Y debido a las malas previsiones para las siguientes horas, sumadas a la cercanía de la salida de la Hermandad del Cautivo, la junta decidía que el Señor volvería al barrio el Domingo de Resurrección –decisión corregida dos días después, dado que para la jornada los pronósticos volvían a dar agua, como finalmente ocurrió ayer-.
Entre tanto, el Cautivo se ponía en la calle con ese riesgo asumible que mantiene en tensión los cuerpos. Y todo fue bien, sin problemas, hasta que en el Barrero cayó una llovizna superada. No fue así cuando el cielo volvió a descargar cuando el cortejo alcanzaba el final de la calle Mairena, momento en el que se tomaba la decisión definitiva, se retornaba a San Sebastián antes de tiempo.
Jueves Santo, suma y sigue
El jueves se presentaba quizás como otro de los más estables de la semana, pero no por ello libre d riesgos. Cuando la Hermandad de la Amargura, cuyo cuerpo de nazarenos se puso en la calle con la intención de realizar con absoluta normalidad la estación de penitencia, alcanzó la Plazuela una levísima lluvia cayó sobre Alcalá. No hubo medias tintas, ni esperas tensas. La cofradía se volvía hacia la Parroquia. De nuevo la Plazuela como punto negro. Otro día castigado en demasía por las inclemencias meteorológicas y que nos han dejado sin el silente Amor de Dios.
Entre tanto Alcalá miraba con esperanza a la madrugá, la noche que parecía que podía salvar el ánimo. Todo debía discurrir como mandan los cánones, al menos en las primeras horas de la noche, apareciendo un riesgo elevado en las primeras horas de la mañana. Este hecho provocó que la Hermandad saliera a la calle con la necesidad de decidir sobre el camino si subir hasta el Calvario o acortar la estación de penitencia a la llegada al Ayuntamiento
Pero no hizo falta tomar tal decisión. Pocos minutos pasaban de las cuatro de la mañana, con Jesús Nazareno en los primeros metros de la calle San Sebastián, un leve chispeo se convirtió en una inquietante lluvia que provocó que el paso de Cristo se refugiara en la casa hermandad del Cautivo y el de San Juan Evangelista en la de la Amargura. Más instantáneas históricas por mor de la lluvia, ¿deberemos incluso agradecerle algo al final?
El refugio duró poco, la tranquilidad volvía a los cuerpos, se retomaba lo marcado y la cofradía seguía. Pero de nuevo, a la altura del Barrero la lluvia quiso hacer acto de presencia y la decisión era inequívoca: había que volver a Santiago.
Cabe destacar aquí el ejemplo de buen hacer de las cuadrillas de costaleros que, con un paso largo y racheado en Jesús, y otro de similares características en el palio de la Virgen del Socorro –que fue a redoble de tambor hasta que llegó a la Plaza del Derribo, y todo ello sin botar y sin romper el compás- llevaron a los titulares hasta la parroquia. Finalmente, a eso de las seis y media de la mañana, cuando Jesús debería haber estado sufriendo el prendimiento, se ponía fin a la madrugá alcalareña.
Y llegamos al Viernes Santo, de nuevo una tarde sentenciada de antemano, y que nos dejó otra decisión controvertida y no entendida por el público cofrade. Con un 80% de probabilidad de lluvia, la Hermandad del Santo Entierro salía a la calle, aprovechando las previsiones de dos horas de un cielo despejado para, con un recorrido a medias, realizar la estación de penitencia.
Pese a ese respiro meteorológico, nada salió bien. Cuando el paso del Triunfo de la Santa Cruz alcanzaba la Plazuela –otra vez este punto-, la lluvia comenzaba a caer, un chaparrón que iría poco a poco ganando en intensidad y que provocaría la ruptura del cortejo. Las representaciones y las autoridades cobijadas en las casas de hermandad del Cautivo y la Amargura; la Banda de Alcalá disuelta por indicaciones de la Hermandad; y los pasos de frente y con paso firme hacia la Capilla. A destacar el ejemplar comportamiento del popular tramo de las Sibilas, que aguantaron estoicamente el chaparrón sin perturbar su característica seriedad.
Finalmente, a las nueve y media de la noche, con el paso de la Soledad extremadamente mojado, se culminaba una procesión fugaz.
El Sábado Santo, el último día -y el único seco-
Por la Divina Misericordia no querían lanzar las campanas al vuelo. La mañana había amanecido soleada, salpicada por nubes decorativas que, visto lo visto, podían meter el miedo en el cuerpo a cualquiera, pero si se llegó a tener, se esquivó astutamente imprimiéndole rapidez al cortejo.
El Señor de la Divina Misericordia volvía a salir a unas calles de Alcalá con una buena cantidad de cofrades con ganas de cofradías pero que quizás no entiendan la sobriedad del momento. Alcalá siempre pecará de ello, no aprenderá a mantener el silencio en las saetas al Amor, en el rachear de Jesús o en la contemplación extenuante del Señor que da su vida por nosotros y que nos ofrece su divina sangre.
El broche final se ponía media hora antes de lo estipulado a fin de evitar sustos que rubricaran un pleno definitivo de cofradías mojadas en Alcalá.
Por último, el prólogo de San Agustín con el Señor Resucitado no pudo disfrutarse. El esfuerzo de esos feligreses infatigables no vio la recompensa de la procesión por las calles del barrio. Quizás bien dirigidos y con apoyo, en el futuro podamos hablar de algo más que la procesión del Resucitado.
En definitiva, dejamos atrás una semana en la que todos nos hemos vuelto locos. Locos por ver todas las cofradías, locos querer disfrutar de todas las chicotás, locos por intentar escuchar todas las marchas, locos por querer respirar todo el incienso y locos, quizás, por poner a las cofradías en la calle, pero también cuerdos… cuerdos por amar a nuestra Semana Santa.